«Apuesto a que
no adivináis la ocupación de esta compañía de labradores: improvisaban, cada
uno a su turno, cuentos en prosa al estilo de las Mil y una noches. He
pasado una velada deliciosa escuchando esos cuentos, desde las siete hasta
medianoche. Mis huéspedes estaban al principio junto al fuego, y yo cenando en
mi mesa: han visto mi atención, y poco a poco me han dirigido la palabra. Como
siempre aparece un encantador en esas historias tan bonitas, les supongo un
origen árabe. Una sobre todo me ha impresionado tanto que la pondría por
escrito si pudiera dictarla. Pero ¿cómo acometer uno mismo la tarea de escribir
treinta páginas?»
«Comparo esta
velada con la que pasé en la Scala, el día de mi llegada a Milán: un placer
apasionado inundaba mi alma y la fatigaba; mi espíritu hacía esfuerzos para no
dejar escapar ningún matiz de felicidad y de voluptuosidad. Aquí, todo ha sido
imprevisto, un placer del espíritu sin esfuerzo, sin ansiedad, sin
palpitaciones del corazón; era como un placer de ángel.»
«El ideal es un
potente bálsamo que duplica la fuerza de un hombre de talento y mata a los
débiles.»
«admirable
soledad de la campiña de Roma; efecto extraño de las ruinas en medio de ese
silencio inmenso. ¿Cómo describir una sensación semejante? Han sido para mí
tres horas de la emoción más singular: el respeto tenía en ello mucha parte.
Para no verme obligado a hablar, fingía estar durmiendo. Habría disfrutado mucho
más estado solo.»
«Hay algo de
ingenuo y de curioso en mi respeto apasionado por una inscripción
verdaderamente antigua. Creo que me pondría de rodillas para leer con más gusto
una inscripción auténticamente grabada
por los romanos en el lugar en que, por primera vez, dejaron de huir, después
de Trasimeno: en ella encontraría una grandiosidad que por espacio de ocho días
proporcionaría materia a mis ensoñaciones; admiraría hasta la forma de las
letras. No hay nada que me subleve tanto como una inscripción moderna:
generalmente es ahí donde toda nuestra mezquindad estalla de forma repelente
con sus superlativos. Reflexiono hoy acerca de mi emoción de ayer: mi paso por
Roma, sobre todo la visión de la campiña, me ha puesto nervioso. Hasta estos
últimos tiempos he creído de detestar a los aristócratas; mi corazón creía
sinceramente ir a la par que mi cabeza. (...) me dice un día: “Veo en vos un
elemento aristocrático”. Habría jurado que estaba a mil leguas de ello. En
efecto, he descubierto en mí esa enfermedad: tratar de corregirme habría sido
necedad; me entrego a ella con deleite.»
«¿Qué es el yo?
No tengo ni idea. Me desperté un día sobre esa tierra; me hallo ligado a un
cuerpo, a un carácter, a una fortuna. ¿Me he de entretener vanamente en querer
cambiarlos, y entretanto olvidarme de vivir? Tonterías: me conformo con sus
defectos. Me conformo con mi inclinación aristocrática, tras haber denostado
durante diez años, y sinceramente, toda aristocracia.»
Roma, Nápoles y Florencia. Stendhal.
– Editorial Pre-textos
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